La inteligencia artificial (IA) está irrumpiendo con fuerza en todos los sectores. Y si bien el foco suele estar puesto en la velocidad y precisión que promete esta tecnología, el verdadero reto no es técnico, sino humano.
Su incorporación obliga a hacernos preguntas esenciales: ¿cómo nos adaptamos?, ¿qué rol tendremos frente a las máquinas?, ¿cómo protegemos la equidad y la integridad en los procesos? Y, sobre todo, ¿cómo pasamos del miedo al movimiento?
La preocupación no es menor. Según un estudio de McKinsey, entre 400 y 800 millones de empleos en todo el mundo podrían ser desplazados por la automatización de aquí a 2030. Aunque es cierto que surgirán nuevas posiciones, el desfasaje entre lo que se pierde y lo que se crea requiere preparación urgente. Por eso, conceptos como reskilling (volver a capacitarse para asumir nuevos roles) y upskilling (mejorar las habilidades actuales para adaptarse a los cambios) dejaron de ser recomendaciones deseables para convertirse en políticas centrales dentro de cualquier estrategia organizacional.
A pesar del consenso en torno al potencial de la IA, los temores siguen siendo significativos: uno de los principales es el desconocimiento. Según Deloitte, el 61% de los ejecutivos no se siente cómodo utilizando herramientas de inteligencia artificial porque no entiende cómo funcionan.
La resistencia al cambio cultural es otro obstáculo clave. De acuerdo con otro estudio de McKinsey, el 70% de las iniciativas de transformación organizacional fracasan, en gran parte, por la dificultad de los equipos para adoptar nuevas tecnologías. A esto se suma la falta de confianza: según Gartner, el 54% de los empleados desconfía de las decisiones tomadas por sistemas automatizados.
Este panorama se vuelve más complejo si consideramos la evolución demográfica global. A medida que el crecimiento poblacional se desacelera -e incluso se revierte-, las empresas y los países deberán gestionar mejor su capital humano y acelerar la productividad si quieren sostener un crecimiento saludable. Tal como advierte el informe State of our World 2025 de Oliver Wyman, la capacidad para enfrentar este desafío será uno de los factores clave que definirán el equilibrio de poder en las economías del futuro.
En este contexto, los equipos de recursos humanos deben asumir un rol ampliado. Ya no se trata solo de gestionar personas, sino de guiar a las organizaciones en un punto de inflexión clave. De convertirse en la voz de la conciencia que asegure que la inteligencia artificial se utilice tanto en beneficio del negocio como de las personas. Esto implica diseñar experiencias que impulsen el cambio y acompañen el proceso con empatía, visión y estrategia.
Para avanzar con sentido y eficacia, las empresas necesitan trazar un camino claro que les permita seguir siendo relevantes y competitivas. Ese trayecto comienza por educar: desarrollar las habilidades necesarias para comprender el arte de lo posible con la IA y cómo transforma la naturaleza del trabajo. Implica también experimentar con humildad y curiosidad, identificando casos de uso tempranos que, alineados con la estrategia del negocio, puedan escalar con impacto real. Supone habilitar estructuras y diseñar una estrategia concreta que guíe la implementación y promueva su uso efectivo. Y requiere evolucionar hacia modelos más ágiles, conscientes y sostenibles, estableciendo condiciones que fomenten la mejora continua, que generen confianza, cuiden a las personas y construyan un entorno seguro y humano en este nuevo ecosistema laboral.
La tecnología, por sí sola, no va a cambiar la forma de trabajar. Son las personas quienes transforman el trabajo. Por eso, el desafío -y la oportunidad- es enorme. Y es ahí donde los equipos de recursos humanos deben posicionarse como el área que conecta la innovación con el propósito, el negocio con la cultura, y la eficiencia con el bienestar.
* María Laura Palacios es directora del Espacio Talento en CESSI -Cámara de la Industria Argentina del Software- y CEO de G&L Group.
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por María Laura Palacios