El decreto 186/2025, publicado ayer en el Boletín Oficial, dio luz verde a un aporte de u$s436,9 millones al Tercer Incremento de Capital de la Argentina a IDB Invest, un brazo del BID. Según trascendió, este movimiento no solo refuerza la posición de Argentina en el banco –donde ostenta un poder de voto estimado entre el 11,4% y el 11,8%–, sino que abre la puerta a nuevos desembolsos por parte del organismo para la Argentina.
“Es una señal clara: el Gobierno quiere más fondos del BID para proyectos específicos y, de paso, apuntalar las reservas”, explicó una fuente cercana a las negociaciones. En 2024, el BID ya comprometió u$s3.800 millones para el país, y la expectativa es que ese flujo crezca en 2025 a un rango de u$s2.500 a u$s4.000 millones anuales, aunque hay quienes aseguran que será por un monto mayor.
Crece la deuda con el BID, un puente para llegar a las elecciones
El vínculo con el BID es profundo y costoso. Hasta fines de 2023, Argentina acumulaba una deuda pendiente con el banco de unos u$s14.000 millones. Sumando los préstamos recientes –u$s2.370 millones en 2022, u$s1.800 millones en 2023 y u$s3.800 millones en 2024–, el saldo total adeudado asciende hoy a unos u$s21.970 millones, ajustado por pagos parciales. Esto convierte a Argentina en uno de los mayores deudores del BID, entre los 26 países prestatarios de América Latina y el Caribe.
Estos países, que reciben financiamiento, concentran poco más del 50% del poder de voto en la Asamblea de Gobernadores. En contraste, los 22 países no prestatarios –Alemania, Austria, Bélgica, Canadá, China, Corea del Sur, Croacia, Dinamarca, Eslovenia, España, Estados Unidos, Finlandia, Francia, Italia, Israel, Japón, Noruega, Países Bajos, Portugal, Reino Unido, Suecia y Suiza– solo aportan capital y no toman préstamos. Entre ellos, Estados Unidos lidera con un poder de voto del 30%, seguido por Argentina y Brasil, este último con un 11,4% estable.
El timing de esta maniobra no es casual y tiene un nombre propio: Ilan Goldfajn, presidente del BID y una figura clave en este tablero. Designado en 2022 por Jair Bolsonaro, entonces presidente de Brasil, Goldfajn no solo comparte con Milei una visión promercado, sino que ya expresó públicamente su apoyo a las políticas del libertario.
En abril de 2024, tras reunirse con Milei en Miami, Goldfajn destacó el “compromiso” del BID con Argentina y elogió las reformas estructurales de ajuste fiscal y desregulación, alineadas con su propia trayectoria como exjefe del Banco Central de Brasil. Su relación con Bolsonaro, que lo catapultó al BID y lo vinculó al círculo conservador de CPAC –donde Bolsonaro y Milei han sido estrellas recurrentes–, suma un guiño político a esta apuesta. “Goldfajn ve en Milei un reflejo de las ideas que él mismo defendió: disciplina fiscal y apertura económica. No es solo negocio, es ideología”, apuntó un analista desde Washington.
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El presidente Javier Milei junto al titular del BID, Ilan Goldfajn.
Alivio que debe llegar antes de las elecciones
Mientras el FMI y el equipo de Caputo avanzan en conversaciones por un nuevo programa que podría sumar entre u$s10.000 y u$s20.000 millones en el total, pero un monto menor de dinero fresco –con el objetivo declarado de sanear el balance del BCRA y salir del cepo–, los plazos se dilatan. “Estamos cerca, pero falta el moño”, repiten desde Economía, aunque en Washington la letra chica aún se cocina a fuego lento. En este interín, el BID emerge como un aliado clave: sus préstamos, atados a proyectos de infraestructura, desarrollo social y sostenibilidad, llegan más rápido y con menos condicionalidades que las del Fondo.
La estrategia no está exenta de riesgos. Analistas advierten que sumar deuda con multilaterales, aunque sea a tasas preferenciales (el FMI cobra cerca del 6,47% anual, frente al 11,43% que costaría el mercado), no resuelve el problema de fondo: la falta de dólares estructurales. “El BID puede dar un alivio temporal, pero sin un acuerdo robusto con el FMI, las reservas seguirán siendo un talón de Aquiles”, señaló a este medio un economista que pidió reserva de su nombre. En 2024, el BCRA compró más de u$s25.000 millones en el mercado, pero las reservas netas apenas crecieron u$s7.000 millones, drenadas por pagos de deuda y una intervención cambiaria que ya consumió u$s2.400 millones.
Goldfajn, el eslabón clave entre Javier Milei y los dólares de Washington
Desde el Gobierno insisten en que el aporte al BID no solo es una inversión estratégica, sino una apuesta por mantener la relación con Goldfajn, exjefe del Departamento del Hemisferio Occidental del FMI y un puente natural entre Milei y los organismos multilaterales. “Es un juego en dos tableros: el BID te da aire ahora, y el FMI te da el respaldo de largo plazo”, sintetizó un funcionario.
El mercado, por su parte, observa con cautela. El riesgo país ronda los 740 puntos básicos, y la brecha cambiaria, aunque menor, ha dado muestras de queres despegar, alimentando especulaciones sobre una corrección del dólar oficial. En este escenario, los dólares del BID son un salvavidas, pero no una solución mágica. “Sin el FMI, todo queda a mitad de camino”, advirtió un operador de la City. Mientras tanto, en Buenos Aires y Washington, la calculadora no para: cada dólar cuenta, y el reloj no da tregua.
En paralelo, el Gobierno explora un giro con el FMI, que algunos ya llaman “Plan Brady 2.0”. Según trascendidos, la Casa Rosada busca reestructurar el acuerdo firmado por Martín Guzmán en 2022, que refinanció u$s44.000 millones de deuda con el Fondo. La novedad: el FMI no desembolsaría fondos frescos significativos, sino que devolvería u$s3.300 millones ya pagados por Argentina, de libre disponibilidad, a cambio de un compromiso de repago en 4,5 años con 10 años de plazo total, usando recursos del propio organismo para refinanciar esos repagos. “No es nueva deuda, es un reciclaje del viejo acuerdo, pero con un guiño para las reservas”, explicaron desde el equipo económico. El plan, inspirado en el esquema de reestructuración de deuda de los ‘90, apunta a aliviar la presión inmediata sin cargar más al pasivo.
El dato clave es que este giro no implica un salvavidas estructural. Los u$s3.300 millones –lejos de los u$s10.000 o 20.000 millones que se rumoreaban pero que aún pueden emerger por presión del Tesoro de EEUU– apenas alcanzan para cubrir vencimientos cercanos y dar un respiro al BCRA, pero no resuelven el rojo de reservas netas, estimado en u$s9.000 millones. Además, el FMI ofrece financiar con sus propios recursos los repagos futuros al organismo –unos u$s4.000 millones anuales entre 2026 y 2032–, lo que reduciría la sangría de dólares, pero a costa de mantener la dependencia de Washington. Con el aval político de Goldfajn desde el BID y la expectativa de un guiño del FMI, Milei juega a ganar tiempo. Sin embargo, el mercado ya murmura: sin un programa ambicioso que traiga dólares frescos y credibilidad, el “Plan Brady 2.0” podría ser solo un parche en una economía que sigue al borde del abismo.