Giuseppe Garibaldi pasó a la historia por ser uno de los grandes héroes de la unificación de Italia. Pero ese país europeo no es el único que lo idolatra. A miles de kilómetros, dos naciones sudamericanas, Brasil y Uruguay, también lo celebran por la participación destacada que tuvo en conflictos claves allí.
De hecho, el novelista francés Alejandro Dumas, quien redactó las memorias de Garibaldi, famosamente lo apodó el “héroe del Viejo y del Nuevo Mundo” por sus gestas a ambos lados del Atlántico.
Curiosamente, mientras que en Italia Garibaldi buscaba la unificación, en Sudamérica luchó por la fragmentación de las antiguas colonias europeas.
Aquí te contamos cómo una de las máximas figuras de Italia terminó jugando un papel clave en las historias fundacionales de estas dos naciones latinoamericanas.
Giuseppe Garibaldi nació en 1807 en Niza, que hoy es parte de Francia, pero en esos años pertenecía al Reino de Cerdeña. En ese momento lo que ahora es Italia estaba compuesto de diversos Estados que eran gobernados por las grandes dinastías de la época, como los Saboya, los Hasburgo y los Borbones.
La familia de Garibaldi era de marineros de Génova, por aquel entonces el puerto principal del Reino de Cerdeña, por lo que Giuseppe empezó de muy joven a trabajar en barcos comerciales que surcaban el Mediterráneo y el mar Negro. Fue en esos viajes que entró en contacto con las ideas políticas reformistas que inflamaban la Europa del siglo XIX.
Con solo 25 años, en 1832, fue nombrado capitán del barco Clorinda y regresó a Génova después de una ausencia de más de un lustro.
Allí se afilió al grupo de La Giovine Italia (La Joven Italia), una sociedad secreta creada para promover la unificación del país y fundada por otro patriota genovés, Giuseppe Mazzini.
Garibaldi participó en un intento insurreccional en Génova, obteniendo el cargo de capitán en la Marina del Reino de Cerdeña, pero la expedición fracasó y se vio obligado a huir.
Condenado a muerte, navegó por el Mediterráneo con un nombre falso hasta que en 1836 decidió exiliarse a América del Sur y partió rumbo a Río de Janeiro.
Se afincó en Río Grande del Sur, la provincia más austral del Imperio de Brasil, donde empezó a comerciar con pasta. Pero también consolidó su formación política, entrando en contacto con otros disidentes italianos de La Joven Italia (eventualmente llegaría a ser presidente de la filial de esa organización en el continente americano). Además, formó parte de la logia masónica Asilo di Vertud.
Así conoció a Bento Gonçalves da Silva, un político y militar riograndense que quería independizar a esa provincia del imperio brasileño, que se había formado tras la Guerra de independencia que separó al Reino de Brasil del de Portugal.
Garibaldi se unió a la lucha, conocida como la Revolución Farroupilha o Guerra de los Farrapos (1835-1845).
En una carta a un amigo, escrita en 1837, Garibaldi le contó que “cansado de arrastrar una existencia inútil” consiguió una patente de corso por parte de Gonçalves da Silva y luego comandó su flota de guerra contra la armada brasileña.
“El aporte de Garibaldi fue fundamental bajo dos puntos de vista”, explica la historiadora Maria Medianeira Padoin, profesora de la Universidad Federal de Santa Maria, en Rio Grande del Sur. “Por un lado aportó sus conocimientos militares, empleando tácticas eficaces de combate en el agua, tanto en el mar como en el río, y contribuyendo a la formación de los astilleros militares de la zona”.
“Por el otro”, sigue Medianeira Padoin, gracias a “su personalidad carismática difundió sus ideales de igualdad y de lucha por la libertad”.
Durante los cuatro años en los que combatió en la Revolución Farroupilha, Garibaldi fue capturado y torturado, sufrió un naufragio y conoció a la que sería el amor de su vida, Ana Maria Ribeiro da Silva, “Anita”.
“La de mis bisabuelos fue una historia muy romántica”, comenta Annita Garibaldi Jallet, historiadora y presidenta de la Associazione Nazionale Veterani E Reduci Garibaldini de Italia.
El corsario italiano conoció a Anita en la provincia de Santa Catarina, vecina de Río Grande del Sur, al que había ido para tomar la ciudad portuaria de Laguna (una gesta que luego sería clave para la creación de la República Catarinense o República Juliana, que formó una confederación conjunta con la República Riograndense). Anita, que tenía 18 años, estaba casada cuando se enamoró de Garibaldi.
Abandonó a su marido, empezó a vestir ropa masculina para poder montar a caballo y peleó junto a su pareja en todas las campañas militares en tierras brasileñas.
Lograron casarse en 1842 y tuvieron cuatro hijos: Menotti, Rosita (quien falleció a los dos años), Teresita y Ricciotti, el abuelo de Annita Garibaldi Jallet.
Hacia 1841 Garibaldi dejó el combate en Brasil (que concluiría en 1845 con la declaración de independencia de la República Riograndense) para asentarse en Montevideo, Uruguay, donde residía una numerosa comunidad de exiliados y emigrantes italianos.
Pero su descanso de los campos de batalla duró poco.
Ese país también atravesaba un conflicto armado, la llamada Guerra Grande, entre los blancos del presidente uruguayo Manuel Oribe, apoyado por los federales argentinos liderados por el caudillo Juan Manuel de Rosas, y el gobierno colorado del general Fructuoso Rivera, instalado en Montevideo.
Se trataba de un conflicto que trascendía más allá de esos dos bandos, ya que también intervinieron Brasil, Francia y el imperio británico.
Garibaldi tomó partido por Rivera y creó la Legión Italiana, que bajo su liderazgo obtuvo victorias en Colonia del Sacramento, Gualeguaychú, en la defensa de Montevideo y en la batalla de San Antonio, en el departamento de Salto.
Sin embargo, “tratándose de una guerra civil, Garibaldi fue considerado un héroe del Partido Colorado, antes que de toda la nación, durante mucho tiempo”, matiza Mario Etchechury, experto del centro ISHIR (Investigaciones Socio-Históricas Regionales), de Rosario, Argentina.
“El hecho de que el primer monumento autorizado en Montevideo, junto con el del prócer José Artigas, fue al mismo Garibaldi”, sigue Etchechury, “se justifica por un lado por su importancia y, por el otro, porque aquel año gobernaba el mismo Partido Colorado, que aún hoy en día conserva en su sede un retrato del italiano”.
Además de por su arrojo en combate, la Legión Italiana se caracterizaba por un elemento que en breve irrumpiría en el imaginario popular como símbolo de valentía y entrega a las causas patrióticas: sus camisas rojas.
Según varios historiadores, es probable que el emblema característico de las tropas de Garibaldi se debiera a un cargamento de telas rojas destinado a los trabajadores de los saladeros de Montevideo que el general italiano compró a bajo coste para vestir a sus soldados.
“De la experiencia en Sudamérica, Garibaldi se llevó seguramente la conciencia de ser un comandante carismático y las tácticas de guerrilla que emplearía eficazmente en las batallas en suelo italiano durante los años siguientes”, añade Medianeira Padoin.
Pero la formación de Garibaldi en el “Nuevo Mundo” no fue solo política y militar.
En sus memorias cuenta cómo le cautivaron las inmensas praderas de las Pampas y la forma libre e independiente de vivir de sus habitantes, los gauchos.
En ellos veía posiblemente la encarnación de sus ideas de libertad popular, y sus capacidades de resistencia, su coraje y su frugalidad fueron una inspiración para sus campañas militares en Italia.
Fue en esos años cuando, junto con el emblemático uniforme, nació el mito del “héroe de dos mundos” y la fama de Garibaldi empezó a circular también en Europa.
Con la llegada del nuevo Papa Pío IX se proclamó la amnistía para que los exiliados italianos volvieran a su patria.
Y fue así como Garibaldi dejó Sudamérica en 1848 junto con su familia y algunos de sus compañeros de lucha en América, para encarar la prolongada lucha por la unificación de Italia que lo consagraría como uno de los máximos héroes románticos del siglo XIX.
BBC Mundo
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