Paula tuvo que tomar una de las decisiones más difíciles de su vida cuando sólo tenía 20 años. Luego de un camino de perdón y aceptación, encontró en el atletismo una herramienta clave para salir adelante, aunque hoy sigue luchando por el premio mayor: encontrarse con Sebastián.
Entre los cientos y cientos de personas que acostumbran a participar de maratones, las razones que los motivan pueden ser varias: la adrenalina de la competencia, vivir la experiencia o como una actividad para mantenerse saludable. Sin embargo, la historia de Paula, una mujer de 56 años, destaca entre las demás. Ella corre para encontrar a su hijo, a quien tuvo que dar en adopción cuando era joven y sufría violencia de género.
“Antes de llegar al cielo te encontraré”, dice el reverso de la remera que lleva a cada una de sus carreras. En el frente, se encuentran los datos precisos que encabezan la búsqueda que lleva ya hace 11 años: Sebastián nació el 18 de octubre de 1988 a las 13:35 en el Hospital Durand, a metros del Parque Centenario. “No lo olvidé ningún día de mi vida. Tengo miedo de morirme y no encontrarlo, pero todavía tengo esperanzas”, expresó Paula en diálogo con TN.
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Paula Liliana Salto nació en Quimilí, Santiago del Estero, en medio de una situación complicada. A los 6 años, sufrió la pérdida de su mamá y tuvo que quedarse al cuidado de su abuela y de su papá, que tenía problemas con el alcohol. Dos años más tarde, uno de sus hermanos murió luego de que un auto lo atropellara mientras iban de camino a la escuela.
Los años pasaron y ella salió adelante como pudo, no tenía documentos y trabajaba en lo que le salía para poder ser más independiente. A los 15, en plena adolescencia, fue víctima de abuso sexual por parte de un hombre que trabajaba en las ferias ambulantes que llegaban a la provincia. Luego de este episodio, trabajó un tiempo en la capital de Santiago y después viajó a Buenos Aires en búsqueda de un futuro mejor.
Ya en la ciudad porteña, Paula se instaló en una casa familiar y aprendió a trabajar de empleada doméstica. Poco a poco, parecía que las oportunidades empezaban a ser otras, pero todo cambió cuando sus empleadores tuvieron que mudarse a Brasil y ella, sin la posibilidad de viajar, se quedó en la calle.
En ese entonces, tenía 19 años y salía con un chico de 23 que había conocido en una fiesta. Él le ofreció convivir en su casa y ella aceptó. Al poco tiempo quedó embarazada de Cristian -su primer hijo- y fue ahí cuando su pareja comenzó a mostrarse diferente. “El maltrato era psicológico y económico, yo seguía con él porque no tenía a donde ir, era una persona muy introvertida y sumisa, y aceptaba cosas porque lo único que buscaba era una familia”, contó.
Al año siguiente, luego del nacimiento de su bebé, se enteró de que iba a ser mamá por segunda vez. “Él no quería que yo lo tuviera, por eso fuimos a consultar con una señora que hacía abortos clandestinos en Florencio Varela y apenas llegamos, nos volvimos. En la puerta, estaba la Policía porque ahí había muerto una mujer”, relató. Luego de descartar la interrupción del embarazo, la pareja de Paula comenzó a incitarla a que tramitara la documentación para darlo en adopción, aunque ella no quería.
El contexto en el que vivían también era complejo, ella se quedaba sola casi todos los días en una situación de pobreza extrema, con un hijo de casi un año al que le ponía su ropa porque no tenía dinero y un bebé en camino que no sabía cómo iba a mantener.
La incertidumbre continuó varios meses más, hasta la mañana del miércoles 18 de octubre de 1988 cuando rompió bolsa. “Fui sola, me acerqué a la parada del colectivo y le pedí al chofer que me llevara. Lo que menos quería el papá del nene era estar conmigo en ese momento”.
Paula llegó al Hospital Durand gracias a la amabilidad de los pasajeros que se desviaron de su camino y la acompañaron hasta la puerta de la guardia. Allí, dio a luz después del mediodía y, lejos de haber sido un escenario soñado, todo se convirtió en una pesadilla. “Me llevaron a la sala de puerperio, alguien se acercó y me dijo que me tenían que traer mis cosas. Yo seguía llorando, me preguntaban qué me pasaba y yo no decía nada, pero estaba pensando en cómo iba a hacer para llegar a casa sin el bebé”.
Durante su primeras horas con Sebastián, ella asegura que tuvo una psicosis puerperal o psicosis posparto, una afección que puede causar pensamientos o conductas que ponen en riesgo la vida. “Esa noche yo no dejé de pensar en cómo matar a Sebastián y cómo matarme a mí. Pero apenas amaneció, lo dejé en la cuna y me fui. Eso fue todo”.
El después
Luego del parto, una asistente social y efectivos policiales se acercaron a la puerta de la casa de Paula para pedirle a ella y a su pareja que busquen a su bebé. Sin embargo, su pareja les mintió y les dijo que ella se había ido, por lo que terminó firmando los papeles de adopción. “En esa época era diferente. Se fueron y esa fue la última vez que me buscaron”, aseguró.
Lo que vino después fue una serie de hechos que la hicieron caer en una dura depresión que vino acompañada de varios intentos de suicidio. A pesar de ello, su hijo Cristian le dio la fortaleza de salir adelante y buscar un trabajo que le permitiera independizarse. “Ahí empecé a cambiar, mi autoestima mejoró, pero por más que hacía cosas, pensaba todo el tiempo en Sebastián”.
Con el tiempo, se mudó a otra casa para iniciar una nueva vida con su hijo y, a pesar de que el camino fue duro, poco a poco empezó a sanar. “Tuve que aprender a perdonar, aceptar que no tuve opción, para poder sanar mi alma”.
Después de varios años, Paula decidió que no quería pasar un día más con incertidumbre y que, para eso, tenía que poner en acción una búsqueda.
Así fue cómo acudió al Durand para obtener más datos que la acercaran a su hijo, aunque lo único que consiguió fue una copia de la hoja del libro de partos. “El archivo de Sebastián no estaba, yo creo que alguien lo adoptó del hospital, no de un juzgado. Entonces es más difícil”, explicó Salto.
Un paso más
En un camino personal hacia la sanación, Paula hizo todo lo posible para trabajar en ella misma. “De a poco aprendí a estar sola, conseguí un buen trabajo, empecé terapia constante y trabajé mucho en mí”. En ese proceso, su psicóloga le sugirió empezar una actividad para que se sintiera mejor y ese fue el detonante que lo inició todo.
“Me dijo que empiece a salir a caminar, así que lo hice y poco a poco arranqué a trotar. Después, empecé a participar de las marchas de Ni Una Menos, las caminatas de Avon del cáncer de mama y así llegué a mi primera carrera”, relató. Un día de esos, Paula observó a una persona que llevaba una remera con una dedicación a sus hijas y así se le ocurrió hacerse una para potenciar su búsqueda.
“En cada carrera que yo tengo, es un paso más hacia Sebastián. Porque la gente me saca fotos, me preguntan, comparten. Me habla mucha gente y me dicen que no baje los brazos”, aseguró la mujer que ya lleva 37 medallas y dos podios. “Siempre digo que son logros deportivos, pero mi primer puesto será el día que encuentre a mi querido Sebastián”, completó.
Hoy en día, además de entrenar y mantenerse en forma para seguir corriendo, Paula trabaja como enfermera en el área de Maternidad y considera que ya encontró su lugar. “Amo ese trabajo, desafiando todo. A mí no me ayudaron y ahí siento que puedo aportar desde mi lado para que a ninguna le vuelva a pasar”.
Sin embargo, sostiene que el deporte fue una herramienta clave para valorarse y no volver a caer en situaciones similares a las que vivió cuando era joven: “El atletismo es lo que me sacó de eso. No me imagino sin correr. Cuando corro paso por muchos estados, de tristeza, alegría, esperanza, euforia, pero es lo mejor que encontré”.
“Si hoy lo viera, le diría que lo amo y que lo amé desde el día que estaba dentro mío. Que lo dejé para protegerlo y que, en ese momento, no tenía opción. Las cosas suceden por algo y para mí encontrarlo a Sebastián sería mi mayor logro. Podría decir que ya me puedo morir tranquila o vivir tranquila, porque es la única cuenta pendiente que tengo”, concluyó.
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Paula continuará corriendo los kilómetros necesarios para visibilizar su lucha y poder sentir la emoción que expresa el tatuaje que se hizo en honor a su hijo y que lleva para siempre en la piel: “La suerte de encontrarte alguna vez”.