En su dimensión más profunda, la política es siempre un arte narrativo: se trata de ampliar la trama, sumar personajes, tejer vínculos y construir un relato común. La derrota de La Libertad Avanza en la provincia de Buenos Aires no se explica solo por coyunturas económicas o internas territoriales. Se explica también por una narrativa política que confundió poder con clausura.
Como una boa constrictora el oficialismo fue asfixiando a demasiados de sus aliados iniciales. Los fagocitó en un acto que volvió enemigos a los más cercanos, produciendo un fuego amigo autogenerado. El Gobierno construyó un monólogo agresivo preñado de logros propios, sin Libra ni audios. Somos buenos, nosotros somos buenos.
En el debate presidencial de noviembre de 2023 vimos cómo Sergio Massa chicaneó y burló a Milei. En ese encuentro, el Presidente, que había construido toda su épica sobre la furia y el rugido, se mantuvo en silencio. Y ese silencio, lejos de debilitarlo, lo humanizó. Allí estaba un hombre maltratado, un cuerpo expuesto a la agresión. Esa vulnerabilidad gestual fue su trampolín. Pero una vez en el poder, olvidó esa lección. Prefirió fumigar con insultos zoológicos a todo contrincante.
Este gobierno, que se mira en el espejo de agua del aljibe de Carlos Saúl Menem, olvida que los modales del riojano eran su arma secreta. Si disentías con él, te llamaba a conversar hasta hacerte sentir en casa: hospedándote, te neutralizaba. Un animal político que no ladraba ni mordía.
Por el contrario, el oficialismo no integra al diferente. Escupe insultos, deshidrata a los amigos y achica su círculo hasta quedarse con súbditos mudos. Carece de hospitalidad política.
En la presidencia, la chicana mediática clásica del ex panelista de Intratables, se profundizó como si él no fuera aún el Presidente. Hay un oráculo del liderazgo: lo que te sirvió para llegar no es lo que te permitirá mantenerte.
Es loco, porque Milei llegó al poder por conectar con la ira de las personas, por incorporar un sentimiento de hartazgo. Sin embargo, en el último tiempo, él se distanció de los rostros concretos y se centró en hablar de la macro y pegarle a buena parte de los periodistas.
Temas sensibles como el del Hospital Garrahan o el de los discapacitados no se encontraron con un presidente cercano que le hablara a los enfermos y sus familias intentando generar empatía y conexión humana. La motosierra tenía motor, pero no corazón.
Esto aumentó la presión arterial de una sociedad ya agotada y desconfiada. Aquel que se había identificado con su dolor, ya no estaba tan atento a su rostro sufriente. La identificación narrativa se estaba rompiendo.
En la campaña, poquísimas veces Milei les habló a Juan y a María para decirles que entendía que estaban haciendo un esfuerzo enorme en su día a día. Tampoco les agradeció por acompañar y entender que este era el camino correcto. Se olvidó de que el metro cuadrado estaba doliendo. No hay peor storytelling que el que no mira a los ojos.
La derrota bonaerense es la traducción electoral de un encierro narrativo. El precio de esa decisión hoy se paga en votos. Y en política, los votos no son solo números: son las gotas de un océano más grande. Cuidado, porque cuando el agua se evapora, pueden venir lluvias fuertes. En medio de este vendaval, las fuerzas del cielo precisan empezar a mirar sus nubes.
El autor es filósofo y PhD y consultor en Storyelling y liderazgo