Cada vez son más los argentinos que desean tomar créditos en dólares, debido a las tasas de referencia para esta divisa, en comparación con el peso. De hecho, recientemente, el ministro de economía, Luis Caputo, argumentó que «todo el que venda en cuotas en dólares va a tener un salto importante en su demanda».
En este sentido, el Gobierno considera que la «dolarización endógena» será una realidad si los compradores pagan a crédito y con una tasa de interés inferior a la que obtendrían si hicieran la misma compra en pesos.
Los préstamos en dólares suelen ser más económicos debido a que el dólar es, históricamente, una moneda mucho más fuerte que el peso, por lo que la moneda argentina siempre tiene un riesgo inminente de devaluarse.
Es decir, es una moneda fuerte y estable, cuya inflación del país emisor, Estados Unidos, es baja y relativamente similar año a año. En cambio, si bien el peso se apreció y la inflación está en baja, si se toma en cuenta el historial de Argentina, han sido menos los años estables que los volátiles.
Por lo tanto, los inversores y entidades financieras buscan un mayor retorno al operar con pesos argentinos, por el riesgo que implica, lo que incrementa el costo del crédito.
Los desafíos de incentivar las operaciones en dólares
Tal como se mencionó, una de las formas que el Gobierno considera clave para fomentar las operaciones en dólares, que provengan del «colchón» consiste en incentivar su uso y que sean más beneficiosos que usar la divisa local.
Dentro de las medidas del gobierno, a fines del año pasado, se habilitó el uso de las tarjetas de débito y de billeteras para que, aquellos que ya contaban con una cuenta bancaria en dólares, puedan hacer pagos en moneda extranjera de forma directa, sin tener que hacer la conversión y perder el costo del spread cambiario.
No obstante, el hecho no se daba debido a que los compradores no veían el atractivo de abonar con una moneda que el argentino siempre consideró como un activo de refugio y quedarse con una moneda de la cual siempre desconfiaron e históricamente se ha devaluado.
Asimismo, cabe aclarar que, más allá de la compra de inmuebles, otra de las pocas actividades en las cuales se usa el dólar es en el turismo.
En este sentido, hay un gran incentivo para que suceda: las personas que pagan con tarjeta de crédito en el exterior y esperan a que el banco haga la conversión a pesos, tienen que abonar un extra del 30% por la percepción del impuesto a las Ganancias. A su vez, hasta el año pasado, el incentivo era todavía más elevado, debido a que incluía el 30% del Impuesto PAIS.
En pocas palabras, lo que la experiencia está demostrando es que, para que los argentinos saquen sus ahorros en dólares y los usen para comprar, en lugar de usar los pesos, debe existir un buen incentivo.
En el caso de los créditos, el mismo solo puede provenir de dos fuentes: por un lado, la exoneración impositiva para el pago en moneda extranjera y/o un diferencial en la tasa de interés. De hecho, esto es algo que ya sucedió en la época del «uno a uno».
Mientras duró la convertibilidad, cuando una persona compraba un bien en cuotas, el vendedor le consultaba si prefería que la deuda figurase en pesos o en dólares. No era necesario tener una caja de ahorro en dólares ni una tarjeta de crédito diferencial.
Cabe recordar que la ley establecía que un peso era igual a un dólar, además de que no se exigían precios diferenciados. Por lo tanto, para el comprador argentino, la diferencia radicaba en el interés que se aplicaba en cada divisa, siendo las tasas para el dólar las más bajas.
Este hecho, generaba cierto malestar en el gobierno de Carlos Menem y Domingo Cavallo, debido a la percepción de un riesgo devaluatorio. Esto se evidenciaba en constantes reclamos por parte del entonces presidente y ministro de Economía a los bancos, solicitándoles que bajen las tasas en cada evento empresarial.
La diferencia de tasas no fue la misma a lo largo de toda la década, y varió según las situaciones de liquidez bancaria, como también si los flujos de dólares entrantes estaba en alza o baja. El punto de inflexión fue la crisis del «efecto Tequila«, en la que el sistema bancario sufrió ante la salida súbita de 20% de los depósitos, algo que disparó una suba de las tasas.
La experiencia de la convertibilidad de los años 90 dejó en evidencia los riesgos de prestarle dólares a las personas humanas que naturalmente no generan esta divisa. Por este motivo, este tipo de operación sigue vedada para los individuos y expertos resaltan el riesgo de una eventual flexibilización.