Los mercados financieros emiten señales que desafían una interpretación sencilla. Las tasas de los bonos del Tesoro de Estados Unidos registran una notable caída, reflejo de una demanda sostenida por parte de inversores que buscan proteger su capital en el activo más seguro del mundo.
Este movimiento responde a una marcada aversión al riesgo, impulsada por la incertidumbre global, las tensiones comerciales y un crecimiento económico que genera dudas. Sin embargo, en paralelo, las expectativas de inflación se incrementan, alimentadas por los aranceles impuestos —o proyectados— por Donald Trump, fiel a su agenda proteccionista. Esta confluencia de factores plantea un desafío analítico de porte.
El fenómeno de las tasas bajas tiene una explicación clara: ante la percepción de riesgos, los grandes actores del mercado optan por desinvertir en activos volátiles, como acciones o bonos corporativos, y se refugian en la deuda soberana estadounidense, considerada un bastión de estabilidad. El aumento en la demanda eleva el precio de los bonos y, en consecuencia, reduce su rendimiento, proyectando un escenario de cautela que sugiere una posible desaceleración económica. No obstante, la dinámica cambia al observar el frente inflacionario.
Las barreras arancelarias impulsadas por Trump encarecen bienes importados —desde materias primas hasta productos terminados—, un costo que las empresas trasladan al consumidor final, elevando las proyecciones de inflación y generando una presión que contrasta con las expectativas de enfriamiento económico.
Los aranceles, la inflación que se viene y la tasa real de interés
Este cruce de tendencias introduce una variable crítica: las tasas reales. Con el aumento de las expectativas inflacionarias, el rendimiento real de los bonos del Tesoro —ajustado por inflación— se torna aún más bajo, incluso negativo en algunos casos. Este sacrificio de rentabilidad evidencia que la prioridad de los inversores es la preservación del capital por sobre la búsqueda de ganancias. Sin embargo, este equilibrio es frágil.
Si la inflación se consolida como tendencia, la Reserva Federal podría verse obligada a ajustar su política monetaria con alzas de tasas, una medida que chocaría con las demandas de un mercado que, por ahora, favorece la liquidez y la estabilidad. El dilema para las autoridades monetarias es evidente.
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Los efectos en la economía real seguramente se harán sentir. Los aranceles incrementan el costo de los bienes importados, erosionan el poder adquisitivo de los hogares y obligan a las empresas a recalibrar sus estrategias, ya sea absorbiendo pérdidas o trasladando incrementos de precios. A esto se suma la fortaleza del dólar, que, en tiempos de incertidumbre, consolida su rol de moneda refugio, pero agrava las presiones sobre las economías emergentes, entre ellas la argentina.
El dólar y el FMI, los dos protagonistas
A modo de mención y sin pretender agotar el análisis, en ese frente, y al margen del impacto en la actividad económica y el flujo comercial con el mundo, la Argentina tendrá consecuencias en la caída en el precio de las materias primas que ya viene operando, producto de una proyección en la caída de la demanda.
A la vez, el frente financiero luce débil, dependiente de un préstamo con el FMI y una política cambiaria que está siendo observada de cerca por aquellos que deben asistirla. Es probable que el FMI tenga mayores cuidados a la hora de asegurarle un desembolso al país. Si los países deciden proteger su economías devaluando su moneda, es poco probable que a Argentina pueda evitar algo similar, sobre todo porque para poder hacerlo debería utilizar reservas que el BCRA no tiene.
El rumbo de esta coyuntura permanece incierto, aunque, volviendo a los Estados Unidos, el riesgo de estanflación —un estancamiento económico combinado con inflación persistente— comienza a perfilarse como una posibilidad concreta. Trump podrá defender su estrategia como un medio para fortalecer la industria doméstica, pero el costo recae sobre los consumidores y, en última instancia, sobre la estabilidad del sistema económico global. Las tasas bajas constituyen un indicador de prudencia, mientras los mercados aguardan datos concretos y definiciones políticas que permitan esclarecer el panorama.