Nuestro trabajo es gobernar un país tal cual es y no como nos gustaría que fuera”. Estas son palabras de un presidente de ficción, no menos de ficción que quien nos ha tocado en suerte. Es el papel que encarna Robert de Niro en la serie “Zero Day” que se emite en estos días y que imagina un complot de los más ricos para limitar las libertades públicas de los Estados Unidos con el pretexto de salvarla de males peores.
La misión de gobernar lo que te toca y no lo que querrías es un mandato olvidado por los dirigentes, distraídos por el mito del cambio. Es el atajo que eligieron Cristina y ahora Milei, practicando los dos una suerte de guevarismo pampa: descubrir la misión del hombre nuevo (el Che) o del hombre gris (Solari Parravicini, cuyas profecías tiene tatuadas en la espalda el más extravagante de los Caputo).
Cuanto peor, mejor
Cristina buscó forzar reformas que el voto y la Justicia le rechazaron (reelecciones, reformas electorales, judiciales, del sistema de medios, etc.). Milei, inspirado en los Bannon de la vida, propone un guevarismo de derecha. Consiste en destruir lo existente, el Administrative State.
“Esto no solo no va a mejorar, sino que va a empeorar cada día”, dijo el domingo pasado Steve Bannon, asesor de Donald Trump, en la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC) en Washington, a la que asistió Milei. Se trata de destruir el palacio para, con los restos, construir una chocita a la medida de tu parva gobernabilidad. El Che, por lo menos, tuvo la delicadeza de irse con la música a otra parte e intentar su revolución en Cuba, en lugar de cambiar la Argentina. Se ahorraría mucho tiempo Milei si buscase alguna comarca menos resistente a su prédica para ensayar su mundo imaginario.
El crimen de ser pobre
Esos dos guevarismos le han hecho perder tiempo, dinero y paciencia al soberano, que la va llevando como puede. El cristinismo basaba su impulso reformista en una impugnación del Estado de derecho, que señalaba una oligarquía del anti-pueblo, para enfrentarla con el auténtico “pueblo”, que era su militancia.
El mileísmo construye sobre la indignación que en otros países enciende a los desposeídos, pero que en la Argentina inflama a los ricos que lo llevaron a Milei al gobierno. “Responde a una filosofía —dijo el autor de ‘La naranja mecánica ’Anthony Burgess, hablando sobre el thatcherismo —que premia a quienes hacen dinero. Hay algo criminal en ser pobre”.
Contra las voces venenosas
La historia de “Zero Day” sirve también para entender mejor la Argentina de hoy: “Algunas de las personas más poderosas de este país – dice el protagonista – decidieron abandonarlo. Vieron la división, la amargura; escucharon las incontables, interminables y flagrantes mentiras, y se convencieron de que la única solución era asustar al pueblo con quitarle su libertad. Pensaron que con más poder podrían liberarnos de nuestros problemas”.
Quienes escribieron esa historia parecen haberse inspirado en lo que pasa por acá. “Para silenciar las voces que envenenan a este país no hay que vencerlas. Hay que dejar de escucharlas. Para resolver nuestros problemas, hay que buscar el bien común. No victorias”. Es convincente que lo diga Robert de Niro, un hombre serio, que tiene códigos —lo demostró en varios films— y validado, además, por su amistad con Luis Brandoni, actor que además representó más que bien al pueblo en el Congreso.
El mismo amor, la misma lluvia
Merecen respeto los libretistas de “Zero Day”, Noah Oppenheim, exdirector de noticias de la cadena NBC, y Michael S. Schmidt, periodista de The New York Times. Es gente que pelea por lo mismo que los comunicadores que el Gobierno desplazó del recinto del Congreso en la inauguración el año legislativo: el motivo era preservar para el ojo oficialista lo que allí se dice, se hace y se ve.
Temen quizás que se muestre a un presidente que se sube a una tarima para simular una estatura que no tiene. O que le tomen imágenes cenitales que registren lo que él mismo llama, con una expresión de dudoso gusto, la “kipá de carne” —la tonsura de los curas o la coronilla pelada de los varones de edad madura. No debería temer eso el presidente, que admira a Carlos Menem que, como él, usaba maquillaje, lucía peluca y usaba tacos altos.
La misión: congelar el Congreso
El manual de la política enseña que a un oficialismo en problemas —el de Milei lo es— lo que menos le conviene en un año electoral es que el Congreso esté funcionando. La consigna es dormirlo para que la oposición no use el recinto y los debates como vidriera y como fábrica en proceso de construcción de un poder alternativo. Y el deber de la oposición es desafiar y arrastrar al Gobierno a debates que desnuden sus entretelas.
El Congreso se despereza del feriado carnavalesco con una batalla que decidirá la suerte del Gobierno en el segundo año del mandato Milei. Es cuando la sociedad y los decisores de adentro y de afuera le toman examen a un gobierno. Hay gobiernos que aprueban ese examen y la sociedad les reconoce capacidad de producir futuro. Otros gobiernos reprueban y el público les certifica la defunción por adelantado, con el resultado de las elecciones legislativas.
No saben hacer amigos
La administración Milei está afectada por la debilidad de origen y la limitada capacidad de generar amigos. Ha elegido ignorar al 44% de los votantes de Sergio Massa en 2023 —que tiene las primeras minorías en las dos cámaras— y encima pelearse con los bloques amigos y que le aseguran la suerte, limitada y escasa, que tiene en el Congreso.
Su intención de construir fuerza desde un poder que no tiene ha logrado dividir a su propio partido —La Libertad Avanza, apenas un grupo de Whatsapp—; al PRO, que se tensa entre macristas y bullrichistas; a la UCR, que ya está dividido en dos bloques, y desaira cuanto puede a la banca de mayor espesura política que es Encuentro Federal Republicano, que conduce Miguel Pichetto.
Oposición perdonavidas
Esta tensión se le complica al Gobierno con bloopers como el Criptogate y la designación de jueces de la Corte por decreto. Son una invitación a la provocación de la oposición. Los bastoneros del oficialismo entran en la primera semana del año legislativo arrinconados por la oposición, que quiere que los funcionarios vayan a explicar los crípticos negocios del Gobierno con las monedas virtuales. La oposición amigable ya le ha dicho que por ahora no van a incitar a la apertura de la Comisión de Juicio Político.
El Congreso ha actuado desde diciembre de 2023 con una inhibición de conducta para proteger al oficialismo de un colapso. Hasta el peronismo, que ejerce una oposición de bloqueo, ha aceptado acuerdos en Diputados para no hacer volar al Gobierno con la derogación del DNU 70/23, que ya fue anulado por el Senado. Aceptó pactar también una demora en el tratamiento de Ficha Limpia en Diputados a cambio de que se reeligiese a Martín Menem en la presidencia de la Cámara.
Criptogate, la fiesta imperdible
¿Cuánto puede congelar un gobierno en minoría el funcionamiento del Congreso? Eso lo podía hacer un Emilio Monzó en el año electoral 2019, porque Juntos por el Cambio tenía un interbloque poderoso que controlaba la Cámara. El primer desafío es el pedido de diputados de la oposición de que haya una sesión especial el 11 de marzo, para que la Cámara apruebe un emplazamiento para tratar el llamado al recinto de los funcionarios del gobierno implicados en el CriptoGate, en particular Karina Milei y Manuel Adorni.
La artillería busca validar 9 proyectos que perdieron estado legislativo con el final del período de sesiones extraordinarias pero que se reactivarán en 2025. Este es un affaire rendidor para la oposición, que por ahora posterga otras demandas más de fondo, como el tratamiento de un presupuesto 2025 o insistir en el recorte de las prebendas a las actividades subsidiadas en Tierra del Fuego. El Gobierno ha acordado con gobernadores y empresarios que esos temas queden protegidos por la razón de Estado.
Pero el Criptogate es un festival que nadie se quiere perder: decide si Milei es un vivo bárbaro, un delincuente o un gil víctima de un cuento del tío. Para un político es un dictamen terminal. Van a presionar para que la Cámara invite a esos implicados, sabiendo que una interpelación, en términos reglamentarios, es raro que prospere en la Argentina.
Ha habido muy contadas interpelaciones formales y los funcionarios que han comparecido en el recinto lo han hecho por propia voluntad e interés. Interpelaciones en serio hubo pocas.
Una, casi fundacional, llevó a Antonio Troccoli y a Germán López a explicar el caso Sivak a los diputados. Fue en mayo de 1986. La otra fue en abril de 1996: en aquella ocasión, Domingo Cavallo fue al Senado a discutir impuestos internos y combustibles.