¿Seducir o vincularse? Cuando la limosna es grande hasta el santo desconfía… la táctica de tener un espacio para desconectar, jugar unos fichines y laburar no prospera en el tiempo, porque los pibes de verdad buscan el huevo, no la cáscara. La pandemia y la obligatoriedad del trabajo en las casas fue la estocada final que terminó de cambiar para siempre el pacto laboral que ya venía completamente resquebrajado. Hoy atravesamos un cambio de paradigma, una transformación. Se están actualizando los valores y la cultura de las organizaciones y las empresas.
Los nativos digitales vieron con mucho pesar a sus padres entregarse plenamente a empresas y a proyectos laborales casi sin críticas, sin revisión y que aún yéndoles bien, no eran felices. Y esas compañías, aún con regios rendimientos, no devolvían semejante entrega, no estaban a la altura de ese compromiso. Esta imagen los vuelve a dejar a estos pibes sin horizonte laboral, sin imaginario. Esto refuerza la sensación de aislamiento y desconexión muy frustrante, lógicamente.
Cómo montamos nuestra oficina pospandemia: un búnker estratégico. Al estar en una compañía de estrategia estudiamos y discutimos profundamente cómo debería ser una oficina pospandemia. Si bien nosotros durante la pandemia aumentamos la productividad, había algo que sobre todo a los más nuevos no estábamos dándoles.
Sin estar, sin encontrarnos, sin poder transitar juntos y de la mano todos los hermosos y maravillosos desafíos que genera una agenda tan compleja como la que llevamos, con clientes que nos convocan para situaciones de difícil resolución, veíamos que se estaba perdiendo el fuego necesario.
Este es el punto central, ¿cómo sostener el fuego? ¿Cómo lograr que la gente venga con ganas? En una oficina en la que se piensa, se estudia, se estructura, se analizan datos, se reciben clientes, se construyen instrumentos para recabar información, se debate y se proyecta, hace falta esa pasión continua.
Los laburantes de mayor antigüedad mantuvieron siempre estos valores conocidos muy altos. Para con los más jóvenes, y más con los que ingresaron en el camino, sentimos que necesitábamos algo más que no estábamos dándoles. Algo que no estaban recibiendo y que no estábamos ofertando.
Salimos a buscar dónde construir la oficina, pero no encontrábamos El lugar. Y…se me ocurrió una idea loca, que era o muy buena o muy mala, no tenía punto intermedio. ¿qué tal si armo la oficina en la casa donde crecieron mis cuatro hijos? ¿Sería en esa casa donde construir un modelo nuevo de compañía…?
La cocina de la cultura. Y en esa maravillosa casa empezamos a planear y armar este nuevo espacio que debía dar cuenta de las nuevas y definidas funciones. Habían algunos elementos centrales: tenía que haber fuegos y para hacer asados (es un ritual de toda la vida de todas nuestras oficinas desde hace 40 años) incluso a la cruz.
Pero tenía que haber algo más. Para todo este grupo de gente que estaba transitando momentos de soledad, de angustia existencial, el espacio de juntarse a comer tenía que ser un gran diferencial. Comprendimos que quien manejara ese espacio estaría en una posición relevante.
Fuimos a buscar casi como en una suerte de casting a la persona que iba a hacer los asados a la cruz. La persona que iba a cocinarle a la gente, que los iba a cuidar, que los pibes estuvieran cómodos, contentos y felices. Y un día, mágicamente apareció Marcos, Marquitos. Él es el alma de la oficina, es el tejido conjuntivo, es la alegría en la atención.
Éramos pocos y parió la abuela: hacer lugar incluso para lo impensado. Comprendimos también que debíamos construir muchos espacios bien distintos. Donde poder contener las distintas perspectivas y así integrar lo diferente para que convivan diversas lógicas con fluidez.
Debía tener la posibilidad de diversos ámbitos: colectivos e individuados, la chance de cortarse en la propia y tener un meet. Mucho aire, mucho espacio, verde, madera, ventanales y un in/out sutil en su encuentro. Tenía que ser transparente, pero que de cobijo.
Tenía que ser un lugar al que la gente venga con mucha alegría.
Mesa de unidad para alimentar el apetito laboral. Además, hay un punto para nada menor que es la primera vez en la historia que conviven 4 o 5 generaciones en un mismo espacio de trabajo. Nunca se había dado esta mezcla, es un hecho nuevo. A su vez, la dirección de la compañía empieza a estar debatida en términos de verticalidad. Es por esto también que pusimos la súper mesa de trabajo. Es donde toda la compañía, sin diferencias, ni posiciones, se sienta.
Era innegociable construir un espacio para que tuvieran ganas de venir y quedarse. Y para los clientes también funciona el hecho de entrar y pescar la onda de la compañía. La gente entra y entiende, hay algo de síntesis de nuestra cultura en la casa.
La oficina como constructor de cultura. El afuera y el adentro, la casa y el trabajo, lo público y lo privado, lo íntimo y lo compartido hoy se engranan distinto. Por eso, la amalgama, la apertura, la capacidad de ser más de una sola cosa al mismo tiempo fueron horizontes para diseñar nuestra futura compañía.
Resulta muy potente y contenedor ofrecer un espacio sobre todo seguro y además versátil, que invite incluso a ranchear.
Ya establecidos en la oficina hace dos años, sentimos y verificamos la importancia de tener un espacio común. En la tremenda tensión que divide al mundo entre el laburo virtual y el presencial, tendimos un puente, un hogar articulable y articulador.
Ya veremos cómo sigue, el tiempo y las dinámicas van fluctuando, así que esto es un estado de situación al momento, que obviamente continuará.
*Fernando Moiguer es CEO de Moiguer Consultora de Estrategia. Profesor UBA y Universidad de San Andrés.
por Fernando Moiguer