Había una vez una chica rebelde, Any Ventura se llamaba, que creció junto al río Danubio en Ruschuk, actual Ruse, una ciudad al norte de Bulgaria donde los nazis, durante la Segunda Guerra, no perdonaban la vida de los ciudadanos judíos. Any, no podía evitarlo, se rebeló hasta el punto de de convertirse en la jefa de la resistencia pero, después de torturar a su padre, los alemanes la capturaron y fusilaron en la plaza pública. Tenía 18 años. Los soviéticos no lo olvidaron y renombraron a una calle del lugar con su nombre.
“Omar Romay me propuso escribir esta historia para una miniserie, pero no tuve el ímpetu ni la voluntad para hacerlo. Es una linda historia. A mí me marcaron cosas muy interesantes”, dice Ana María Ventura, la prima de aquella Any a quien, a tantos años y kilómetros, le debe el apodo y la firma que la hizo reconocida en todos los medios. Una cara y un tono de voz muy presentes para cualquiera que vea o haya visto Bendita TV, por canal 9 (va por la temporada 19), donde es panelista desde 2009 pero, sobre todo, periodista “todoterreno” –así se define- y gran entrevistadora y columnista de la gráfica desde el diario La Opinión, de Jacobo Timerman, donde comenzó hasta Clarín y LA NACIÓN, más revistas como Superhumor, Somos y Gente, entre otras.
Nacida y criada en el barrio de Palermo –república en la que hoy vive– es la mayor de los cuatro hijos de un matrimonio “clasemediero” (sic), sefaradí por parte de padre y askenazi por parte de madre, la periodista y crítica de teatro Beatriz Ventura. No tuvo una educación religiosa pero sí muy paqueta: la primaria en un colegio francés y la secundaria en otro inglés donde la pasó “horrible, porque era muy prejuicioso, no les gustaban los judíos -eso sentíamos los tres o cuatro que estábamos- y además no estudiábamos nada, no era un colegio de excelencia. Recién encontré mi lugar en la Universidad de Buenos Aires, en la carrera de Sociología, donde pude indagar en el pensamiento social, algo que sumaba a la voluntad militante que tengo desde muy chica”.
-¿Empezaste a militar en la facultad en la Juventud Peronista?
-No, empecé a militar en la facultad en las Cátedras Nacionales de Sociología (donde se articulaba el conocimiento de la realidad social con el proyecto de liberación), la JP vino después. Y militaba en la CGT de los Argentinos, fundada por Raimundo Ongaro. Ahí me hice peronista. En mi facultad, Filosofía y Letras (de la que Sociología formaba parte en ese momento) predominaba la izquierda, les preocupaba más la Guerra de Vietnam que la Villa 31.
-¿Por qué el peronismo?
-Venía de una casa muy antiperonista, la rebelión era inevitable. La vida que yo hacía no me gustaba. Siempre fui una chiquita complicada, no me gustaba el nivel de vida que tenía en casa. Me interesaba mucho la figura de Evita, la ayuda a los más necesitados, me gustaba ir a barrios humildes, llevar a los chicos a la calesita, tomar mate con las señoras, la olla popular.
-Te casaste muy joven, ¿la militancia te dio marido?
-No. Me lo presentó una amiga. Estuve tres años casada, muy poco, aunque tuvimos dos hijos (Florencia y Federico, médica homeópata y músico). Me casé para irme de mi casa donde la pasaba mal, no fue un acto de amor profundo. No había otra salida para una chica de esa edad, tenía mala relación con mis padres.
“Nunca necesité un señor”, dice Any cuando cuenta que siempre trabajó mientras criaba a sus hijos, estudiaba, daba clases y militaba. En 1974, cuando muere Juan Domingo Perón, la echan de su cargo en la facultad de Ciencias Económicas en la que daba clases de Historia nacional y popular, con un grupo que encabezaba Horacio González. Por recomendación de Chunchuna Villafañe (modelo, actriz, madre de Juana Molina), consigue empleo como secretaria de un odontólogo, además de vender la Enciclopedia Británica.
“Ya estaba con panza de mi tercera hija (Micaela Saiegh, la directora de arte de Argentina 1985), con un, entonces, militante. Fue un matrimonio de casi 25 años, una construcción familiar que merece un Oscar. Él se convirtió en padre de todos mis hijos y es abuelo de todos mis nietos, que son seis, dos por cada hijo. Seguimos como padres y abuelos después de separados, es muy meritorio”, dice sobre la familia ensamblada. Hoy, desde hace años, está en pareja con el economista Fernando Feinsilber pero, eso sí, cama afuera, para respiro de sus hijos que ya no quieren conocer a nuevos candidatos.
-¿Cuándo empezás en el periodismo?
-Toda mi vida escribí, todo lo que me pasa lo escribo, desde chica. Mi vida es una columna. Cualquier problema, anécdota, la escribo con volanta, título y bajada. Empecé por un aviso del diario La Opinión en el que solicitaban sociólogos para la redacción. Los Timerman, Jacobo y su mujer, se atendían con el odontólogo con quien yo trabajaba. Por lo tanto, tenía acceso a su dirección. Le escribí una carta y se la dejé en la casa. “Vengo por el aviso” la titulé y tuvo muy buen resultado porque me tomaron.
La buena suerte la acompañó desde el principio. Si bien siempre importa más el cómo que el qué, no le tocó debutar con la cobertura de un partido de Primera D: el editor Roberto García la mandó a la fiesta de inauguración del Club del Lago en Punta del Este, algo así como “la fiesta del año”. La crónica resultó un texto irónico, fresco y divertido que le cayó bien a los jefes y lo eligieron para contratapa del domingo. A García le dio algo de culpa firmar la nota y mencionar al pie a Any como “informe” pero la regla indicaba que “ganarás la firma con el sudor de tu frente”. En compensación, le pidió que propusiera una nota. La escritora Silvina Bullrich, muy de moda en esos años y olvidada en los siguientes, fue la respuesta y la oportunidad de poner en práctica su género preferido, la entrevista. En un momento donde no había celulares ni agentes de prensa, para llegar a la nota con personajes famosos y/o escurridizos primero había que saber buscar, después insistir, después esperar y al fin no perder la oportunidad.
“Otra vez me voy a Punta del Este. La veo comiendo en un restaurant y me acerco, me presento con el grabador y el cuaderno y me responde con un ‘¡No me molestes, estúpida!’ y me tira la jarra de clericó por la cabeza. Se arrepiente al verme toda mojada y me da la nota para el día siguiente, en la playa. Le pregunté con viveza y algo de malicia –como siempre– pero, además, la odiaba por lo que me había hecho. Y salió redondo porque habló de todo y criticó a Silvina y Victoria Ocampo, a Adolfo Bioy Casares y a muchos otros colegas y políticos”, cuenta Any, relamiéndose. Y se comprende: Luis Clur, el editor que recibió la entrevista, dijo que era “para alquilar balcones” y no dudó. “Imaginate -dice Any-, recién empezaba e iba mi firma a la contratapa del diario más leído.”
La repercusión en la tertulia cultural fue enorme. Adolfo Bioy Casares consiguió el número de Any Ventura y la llamó a su casa: “Quiero felicitarla por la nota. Nunca nadie le sacó toda la maldad que usted le sacó. Extraordinaria, nos reímos mucho con Silvina”.
-La respuesta de Bioy Casares era insoslayable la respuesta, debía ser publicada…
-Claro. Y no solo le respondió a Silvina en una entrevista sino que habló de todo, hasta intimidades de Borges. Y Luis Clur otra vez la puso en contratapa ¿Sabés lo que es eso para alguien que recién empieza? Es todo.
“Me preocupé mucho por que mis notas fueran diferentes”, dice Any, que nunca estudió -como ninguno de su generación- en escuelas de periodismo. Muy lectora, admiradora de la periodista italiana Oriana Fallaci y del escritor y crítico Ernesto Schoo, amigo de su madre, para afinar el estilo consultaba a “supervisores”, una especie de “clínica de notas” para buscar qué faltaba y qué sobraba en sus textos, es decir, cómo hacer para escribir como la Fallaci o Truman Capote. El filósofo Santiago Kovadloff la ayudó en ese camino mientras que el director de teatro Ricardo Halac, otro amigo de su madre, le dio pautas para “aflojar el diálogo porque a mis reportajes les faltaba movimiento, les faltaba guion”.
-¿Se aprende también de colegas y jefes?
-Sí, claro. De Ernesto Schoo aprendí un montón. De Daniel Pliner, mi jefe en Somos, y de Ana D’Onofrio en Gente, sobre todo cuando yo ya estaba un poquito subida al pony y me bajaba de un hondazo.
-¿Qué notas elegís entre las que publicaste?
-La de Silvina Bullrich que te conté, seguro. Después, la de Alejandro Lanusse (presidente de facto a principios de los 70), ya en democracia, para que hablara de todo lo que había dicho antes del regreso de Perón. Durante un año lo llamé todos los lunes sin falta. Nada, nada, nada, hasta que un lunes me dice “vengasé”. No me daban las piernas de la emoción, hasta me había olvidado lo que iba a preguntarle, lo tenía todo anotado en un cuaderno. “Se me dio”, le dije a Pliner, en Somos. Le llevé bombones. Estaba tan contenta. Hablamos un montón, de todo, un notón, “Lanusse ataca”. Todos levantaron la nota. Había conseguido que hablara alguien que hacía veinte años no decía nada. Después vinieron los que le respondían y, otra vez, “Lanusse contraataca”. ¡No terminábamos nunca! Otra entrevista a Silvina Bullrich, que me seguía dando leche. Durante la Guerra de Malvinas, para Clarín. El título fue un textual: “La pobreza tiene mal olor” y me hizo juicio, dijo que ella no lo había dicho. Estaba la grabación. Me llama la cúpula del diario y te querés matar, porque sos un pinche al lado de esa mina que venía con un estudio de abogados. Estaba grabado pero Clarín no quiso hacer lío. A María Kodama, para El Periodista, la primera vez que hablaba sobre la relación con Borges, un poco de sexualidad y de su educación. Fue fuerte. Y la recuerdo porque después la odié, cuando Borges murió empezó a inventar cosas, se convirtió en la viuda usurpadora. Y al papa Francisco y a Diego Maradona.
-¿Cómo conseguías las notas?
-Soy intensa. Se me ponía algo en la cabeza e insistía… A Guillermo Vilas lo conseguí para revista La semana. Se había peleado con Jorge Fontevecchia y no le daba notas a Editorial Perfil. Hacía poco había tenido a mi tercera hija, era un bebé. Consigo su dirección y me meto en el edificio por la puerta de servicio, me quedo delante de su puerta y le paso papelitos por debajo de la puerta desde las once de la noche: “Te voy a esperar, necesito el trabajo, tengo que conseguir esta nota…”, así. Me quedé ahí durmiendo, hasta que a la mañana lo pasa a buscar el padre porque tenía que entrenar. En fin, subí al auto con ellos, fui a comer, al Lawn Tennis, avisé y vino el fotógrafo. Terminé fusilada ese día pero tuve la nota.
-¿Cómo la pasabas en las redacciones con amplia mayoría masculina?
-En Clarín, empecé en sección Cultura, luego Opinión y después la Revista. Cruzar los pasillos con todos esos señores que te miraban era bravísimo. Me lo dice hoy Horacio Pagani: “La rompías cuando pasabas”. Era joven, siempre fui llamativa, pero la verdad es que pasaba una mujer cada muerte de obispo.
-¿Algún entrevistado o entrevistada te quiso seducir?
-Sí, los ministros, políticos, eran pegajosos pero yo fingía demencia, me hacía la pelotuda y después contaba cómo me habían tratado en la nota. Eso es el nuevo periodismo, ¿no? Blanqueaba todo y eso me dio una libertad interesantísima.
-¿Saliste con algún entrevistado?
-No. Eso no quiere decir que no me haya gustado alguno. Pero nada más. Algo me pasa. Al terminar la nota, siento un “ya está”, como que pierden glamour, a ningún entrevistado tendría de novio.
-¿Quiénes son tus amigos en este trabajo?
-Amigos como hermanos son Hugo Paredero, Carlos Ulanovsky, Beto Casella y Carlos Rottemberg.
No es por Beto Casella, el conductor y motor de Bendita TV, que Any llegó a la televisión. Ella lo dice: “Hice cosas más interesantes que Bendita. Yo no sé si quería estar en Bendita”. Antes, su debut fue en Yo amo a la TV, con Andrés Percivale (1998-2000), con producción de Rottemberg, y en De medio a medio (2003), por TN, donde ella conducía y Beto estaba en el panel junto con Osvaldo Bazán, Cecilia Absatz y Jorge Novoa. En ambos ciclos, se reflexionaba sobre la televisión y el espectáculo pero los chimentos, todavía, eran considerados algo marginal.
-¿Por qué se perdió esa batalla y los chimenteros coparon donde antes importaban el cine, el teatro y la TV?
-Porque no tenemos clientes. O no supimos vender como divertida la información. No es fácil. Mirá este ejemplo y es otra cosa que hice antes de Bendita: me llamaron para ser parte del Debate, ni bien empezó Gran Hermano (2001), con Juan Alberto Badía, Eliseo Verón, Lani Hanglin, Mario Mactas, Jorge Dorio. Éramos intelectuales, gente sesuda que estábamos ahí, creo, por la culpa que les daba en ese momento ese programa disruptivo. Me dio mucho prestigio y mucha visibilidad, medía más que el reality. Tengo esta casa gracias a GH y a que me rajaron de Gente durante el uno a uno ¡La fortuna que ganábamos! Lo que pedías te lo daban. Solo me pasó dos veces: con GH y cuando hicimos Malas muchachas (2013), en C5N. El cachet me lo negoció Beto Casella. Me dijo: ellas (Moria Casán, Carmen Barbieri, Sofía Gala Castiglione y Cecilia Milone) van a ganar una fortuna y te van a pasar por arriba. ¡Tenía tantos dígitos! En mi vida había ganado esa guita.
-A Bendita entonces, ¿cómo llegás?
-Fui panelista de La mamá del año (2008), con Andrea Del Boca, con quien me peleé y la pasé horrible. Y ahí me llamó Beto para Bendita, que ya estaba, y desde entonces soy parte. Ya somos como hermanos. Y con el grupo, parientes. Al programa tengo que agradecerle que me mantenga vigente, tengo que ir de rodillas a Luján. Porque la gente ya se olvidó de mi carrera como periodista gráfica.
-¿Cómo te adaptaste a este nuevo rol?
-Aprendí a disfrutar de lo que hago. Todo me da placer. También me gusta que me maquillen, me peinen y me pongan un vestido. Y me encanta que la gente me reconozca, que desde Hugo Moyano a Gustavo Santaolalla o Fito Páez me digan “te veo en Bendita”. La paso bien, días mejores y peores, pero la paso bien. Es un programa de culto.
-¿La TV abierta está en decadencia?
-No. Hay un mundo de gente para la TV abierta, gente de determinada edad que no entiende el streaming. Yo no lo entiendo: veo TV abierta y plataformas.
-¿Qué te gustaría hacer?
-Extraño escribir. Durante la pandemia escribí Paula T: el sexo es mi lenguaje, con testimonios de prostitutas vip, fue divino contar esas historias. Me gusta hablar sobre sexo. En Bendita hacía la columna “Yo tenía todo para ser gato”, me divierte mucho reírme de mí misma.
-¿Cómo te llevás con el feminismo?
-Muy bien. Fui parte del Consejo Provincial de las Mujeres, cuando Antonio Cafiero era gobernador de la provincia de Buenos Aires. Durante el alfonsinismo estuve muy cerca de esas temáticas, cuando éramos pocas, con Marta Bianchi y Mabel Bianco. Pero en estos últimos años, la verdad que no, ya está… Tengo hijas, nietas… Mi cuota a esa caja ya la di.
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