Pueblos alejados, sin herederos, al borde de la desconexión y el olvido. Localidades de España que perdieron comunicación y están al filo del vacío. Este punto límite fue el que llevó a Andreu Carulla, diseñador icónico de la escena española, a encarar el proyecto Diseñando la Repoblación, una de las expos más visitadas durante el Festival Internacional de Diseño de Madrid. Un poco por su propia historia, otro tanto por la contribución que ratifica una de las máximas del diseño: hacerle la vida más fácil a las personas. Lo cierto es que, en plena pandemia, Andreu, su mujer Miriam y sus cuatro hijos se mudaron de Barcelona a Banyoles, un pueblo a orillas del lago de Bañolas, en la provincia de Girona, con 20 mil habitantes.
Si cuando era chico soñaba con ser inventor, de grande asumió el desafío de encarar ese sueño en el pueblo más remoto de España: Gistaín, 200 kilómetros al norte de Zaragoza, en la región del Alto Aragón, que hoy tiene 97 habitantes. Hasta el final del camino que termina en el pueblo subió casi 1400 metros para sumergirse durante 10 días en la vida cotidiana de campesinos y trabajadores, en el marco de una aldea única, con vistas privilegiadas a los Pirineos. El plan: diseñar la repoblación a partir del desarrollo de muebles y objetos utilitarios realizados con herramientas que solo funcionen a batería, compradas en Amazon. “Es imposible conseguir cierto tipo de dispositivos en los pueblos alejados sin viajar a las ciudades. La idea fue crear piezas de madera en el entorno propio de un antiguo refugio de pastores, que reacondicionamos para instalar el taller-estudio”, comenta Andreu Carulla, que integra la lista de los 100 creativos destacados de 2023 por Architectural Digest en arquitectura y diseño.
Carulla, director creativo de varias firmas, es autor de luminarias, sanitarios, vajilla y también es interiorista. Entre sus últimas obras figura el interiorismo de la Embajada de España en Helsinki y el restaurante Tramo (en Madrid), que está considerado entre los mejores sitios que combinan sustentabilidad, consumo consciente, economía circular y la huella industrial del extaller mecánico que está presente en cada centímetro. “Lejos de las modas, siempre. Por eso en Gistaín apuntamos a muebles menos esteticistas pero más conceptuales, que pretenden generar un debate sobre la España vacía. ¿Qué necesidad hay de quedarse en una ciudad, pudiendo vivir en el campo, disfrutando de buenos vecinos, buen paisaje y buena comida?”, se pregunta Carulla, satisfecho con los resultados que fueron aplaudidos durante el festival de diseño, en el Instituto Libre de Enseñanza, uno de los faros académicos innovadores de Madrid.
“La experiencia fue colaborativa desde el comienzo. El alcalde, los habitantes, todos se involucraron en el proyecto que, además, fue una oportunidad única en el sentido de utilizar el e-commerce de una forma que realmente sirviera para algo más que para cerrar librerías. Una vuelta de tuerca al sponsoreo que, en este caso, se reinvirtió en la fabricación de piezas”, asume Carulla. Una mesa de 2,5 metros y 200 kilos, un banco del mismo largo, otro pequeño, tres taburete, una lámpara y seis bowls de cuero forman parte de la producción que surgió de un solo pino que talaron con la ayuda de leñadores de Gistaín. “Quería sensibilizar y me autosensibilicé. Ahora me pregunto seriamente si como profesional y como padre vivir en un pueblo de 20 mil habitantes no es mucho”, dice, y confiesa que está atravesando un proceso introspectivo.
Desde la puesta en marcha del taller en las alturas del pueblo, hasta el día a día con los avances de cada mueble, el proceso fue documentado por su hermano Pau Carulla, y se puede ver en las redes del Festival de Diseño de Madrid. En una de las imágenes se lo ve a Paco, habitante de la aldea, comentando la importancia de repoblar el lugar y poniendo en valor la experiencia con el deseo de “que se queden los jóvenes, para que haya futuro”. Tan remoto como pintoresco, el pueblo cuenta con todos los requisitos planteados por Carulla: “Que estuviera sufriendo la despoblación, que tuviera un paisaje idílico, con espejos de agua, y que aún conservara algún rastro de producción artesanal, en cuero o madera. Y lo encontramos a 680 km al norte de Madrid. Descubrimos que la talla de madera fue una tradición clave entre los pastores. Y decidimos recuperar esas técnicas ancestrales”.
La iniciativa que llevó a Andreu a equiparse para el frío, a compartir fiestas tradicionales, y “comer carne de la mejor”, refleja, en números, una situación crítica: la vida en estas aldeas está en peligro de extinción. Dentro de 30 años, menos del 25% de la población de la Unión Europea residirá en un entorno rural, y la mayoría se concentrará en grandes urbes donde la calidad de vida es cuestionable. De los 8125 pueblos que existen en España, 4955 tienen menos de mil habitantes, de acuerdo al relevamiento al que accedió Carulla y que funcionó como disparador de la movida. “Espero que sirva para provocar más experiencias como ésta”, dice el diseñador de 44 años dispuesto a cortar la racha de casas deshabitadas, campos improductivos y generaciones perdidas.