Roberto Monserrat coronó su carrera con un título en Alumni de Córdoba. El reloj de un domingo de verano marcaba las 5 de la tarde y él, ante la posibilidad de que lo tienten con una nueva oferta para seguir jugando al fútbol, decidió viajar varios kilómetros en su auto para instalarse en su campo, apagó el celular y decidió cerrar su carrera profesional que lo vio brillar en San Lorenzo, River, Racing y hasta le regaló un breve paso por la selección argentina.
“Desaparecí por cinco meses. Le avisé a mi familia que si necesitaba algo los iba a llamar”, explicó el “Diablo” a LA NACION, mientras apoyaba sus pies en la pileta de su casa ubicada en Córdoba capital y atraviesa, como todos, la ola de calor que azota al país.
Córdoba es su lugar en el mundo. De hecho, la adaptación a Buenos Aires siempre le resultó compleja. “Estaba en un hotel y no tenía otra cosa para hacer después de los entrenamientos. Te hace falta la compañía, saludar a la gente, hasta que a los seis meses me consiguieron un departamento. Fue ahí donde hice un click porque tuve que empezar a limpiar, lavar los platos y hacer algunas actividades domésticas. Nunca pude acostumbrarme a Buenos Aires: tenés que estar 1 ó 2 horas viajando para ir a un lugar; en Córdoba en 10 minutos estás donde querés”, relató el exfutbolista quien tuvo su primera experiencia en Capital al vestir la camiseta de San Lorenzo, club donde logró el campeonato local de 1995.
Con el hambre de progresar y dejar un nombre en el fútbol argentino, Monserrat recibió el llamado de Ramón Díaz, técnico de River, para sumarse al Millonario en 1996. A pesar de ese gesto, la relación con el riojano siempre estuvo a punto de resquebrajarse.
“Nadie de ese plantel se llevaba bien con Ramón Díaz. Uno por respeto lo saludaba y nada más. Él ni te hablaba, ni sabía si te dolía el pie y la cabeza. Ni con los médicos charlaba. Sé que ahora cambió rotundamente desde que se juntó con el hijo (Emiliano Díaz), que le hizo ver que en un plantel todos son iguales”, aclaró el Diablo, ganador de tres títulos con el club de Núñez e integrante de unos de los equipos más vistosos de la historia con figuras como Enzo Francescoli y Ariel Ortega.
Colón, Racing, Argentinos Juniors, Villa Dálmine y Racing de Córdoba completaron una trayectoria intachable. Sapo de otro pozo, conectado con sus raíces, Monserrat entendió que debía exprimir al máximo la carrera de futbolista. Una prueba de ello fue comprarse un terreno con su primer sueldo en Belgrano. “Se me dio por invertir y hoy en día estoy muy bien”, sostuvo.
De perfil bajo, Monserrat explica que da pocas notas a la prensa. Incluso, al asistir a algún partido de sus ex equipos, prefiere apartarse en una platea y pasar desapercibido. A la hora de ganarse la vida, decidió, durante 12 años, alquilar salones de fiesta donde él, junto a un socio, se encargaban de equiparlos con inflables, sonido, ploteo de vidrios, entre otros detalles que le daban un sello distintivo.
“Los salones de fiesta los mantuve durante 12 años y cerré con la pandemia. Aguanté cuatro meses pagando el alquiler como si hubiera estado trabajando, pero al ver que no se movía decidí cerrarlos para no clavarme. Pude guardar todos los juegos que al ser de hierro duran un largo tiempo; lo que sí cada tanto pongo en marcha el motor para que no se oxiden”, manifestó el cordobés de 55 años que hoy en día “no trabaja”, tal como él mismo subrayó, y vive de la renta que le genera su campo en Santa Fe.
Sin esa fuente de ingreso, Monserrat recordó en retrospectiva el esfuerzo que hizo en el pasado y hoy en día cosechó al invertir. En el presente, el exjugador no vislumbra que los jugadores estén capacitados para ver más allá del día a día. “Por ahí estoy equivocado, pero el 90 por ciento de los jugadores son inútiles en hacer las cosas, tenés que estar muy bien preparado para mantener tu estilo de vida una vez que te retirás”, sentenció.
Y agregó: “Hoy vas a un club y se pelean para ver quién tiene el mejor auto. En su momento yo me di el lujo de comprarme un BMW en mi etapa en San Lorenzo. Lo tuve un año y sentí que no era para mí. Lo terminé vendiendo un día que volvimos de cazar con (Fernando) Galetto; el auto estaba lleno de tierra, yerba, suciedad. No podía ir a cazar con un BMW, así que decidí comprarme un auto más chico”.
Sin estridencias, el Diablo es el antónimo de lo ostentoso. “No soy de comprarme autos, ropa, hacer viajes a Miami, no soy de gastar. Es más ahora tengo un auto tranqui (Nissan Tiida 2011) y me han dicho: ‘Che, te podés comprar otro’. Mi filosofía es que hasta que no se me rompa no lo voy a cambiar. Aparte no sabés lo que anda, me lleva a Buenos Aires, puedo circular por Córdoba…”, dijo.
“El único lujo que me quedó y hasta me da cosa mostrarlo es una cadena y un anillo de oro que me compré en un amistoso que jugamos con Belgrano en Bolivia en el año 1988. Es más, me compré hasta anillos de compromiso y me casé dos veces, me faltó comprarme un par más”, contó, entre risas, quien construyó su carrera a base de sacrificio y goles.
Sin compromisos y con total libertad, Monserrat explicó que aún continúa jugando dos veces a la semana al fútbol. La carrera profesional le inculcó mantenerse bien físicamente y, sobre todo, saber en qué gastar el dinero.
“Yo sabía que cuando jugás te entran 1000 pesos y cuando te retirás, solo 50. Si gano 100 mil pesos y el BMW mantenerlo sale 80… mejor sacatelo de encima y comprate un Fiat 600″, concluyó el Diablo, a modo de consejo. ¿Si ve fútbol? Actualmente mira cada tanto un partido de fútbol de Primera División y disfruta juntarse con amigos a comer un asado, tomar algún aperitivo y disfrutar de los frutos que cosechó. Distinto dentro de la cancha, distinto fuera.